
Enseñar a bailar a una princesa
serena mi corazón, lo limpia
de todos los pesares, lo encumbra.
No sólo el sudor me hace sentir vivo,
es el abrazo
encendido,
las taquicardias por el sentimiento
que me recorre al
escuchar
el pegadizo estribillo
y luego pararse, interiorizarlo
y volver a saltar de júbilo…
Es mirar a la cara a la princesa
y sonreír por que ella siente
y los dos sonreímos como niños
y movemos las caderas como Shakiras
y dejamos exhaustos nuestros huesos
tumbados en el sofá
con una sensación extraña, placentera…
¿la felicidad, debe ser muy parecido a esto?
para Paola…