Acudid a fustigarme
diablos del cielo,
atended los gritos
y sollozos de almas
que dejo
temblando
por subir mi ego.
No andéis contemplativas,
descansad un segundo
antes de sacudirme
a hostias hasta matarme…
Si me río, más;
si lloro, más aún,
pero no paréis
hasta que no grite:
¡Lo siento, lo siento!;
hasta que la ceguera
que me nubla la acera
me deje no tropezarme
una vez más.

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